Andy Kusnetzoff: «Mi motor para innovar es el aburrimiento»

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El periodista, conductor radial y actor debutó la semana pasada en teatro con “Happy Hour”, un monólogo entre confesional y humorístico de leve tinte autobiográfico que abreva en la titánica y frustrante tarea de intentar ser felices.

“Animarme a dar un paso tan temerario como debutar en teatro a mis 44 años tiene que ver con la necesidad de nuevos desafíos para no aburrirme. La radio me encanta, siento que todavía tengo mucho para dar, pero el exceso de estabilidad y comodidad siempre me impulsan a probar cosas nuevas”, admitió Kusnetzoff en diálogo con Télam sobre la obra que escribió junto a su directora Erika Halvorsen.

Tal vez la única manera de explicar “Happy Hour” sea por oposición, definiéndola por lo que no es: ni una obra de teatro tradicional, ni un monólogo de stand up, ni un recorrido por la historia del protagonista. Tampoco un sermón de autoayuda sobre la verdadera fórmula de la felicidad.

Digamos, más bien, que la propuesta unipersonal que protagoniza el conductor del histórico “Perros de la calle” (Metro 95.1) se encuadra en la confesión anónima -intentando sortear con bastante éxito la tentadora plataforma del personaje público- de un hombre que descubre -y comparte- el alivio de que la felicidad, como casillero estanco, no existe.

“La pregunta sobre qué es la felicidad, cómo se consigue, es antigua como el universo. Mi viejo es de la generación en la que mis abuelos hicieron todo para que estudie y yo nací clase media, hijo de profesionales y vengo de ese lugar, de hacer lo que considero correcto sin la costumbre de hacerme algunas preguntas”, admitió.

Para transitar esos dilemas vitales el ex notero de CQC condensa sus grandes placeres -¿pequeñas cuotas de felicidad?- sobre el escenario: la música, en la exquisita voz de Hilda Lizarazu, la actuación, algunas pinceladas de actualidad y -tal vez su costado menos conocido- sus habilidades como barman.

“Lo de Hilda fue tremendo, necesitaba alguien que cante y cenando con amigos pensé en su nombre por la onda que tiene pero no la conocía casi y ni me animaba a proponérselo, me parecía un lujo, me daba vergüenza”, admite.

“Cuando nos estamos yendo del restaurante -continúa- me paro, camino dos metros y ¡estaba ella! Yo empecé a mirarla y gritar: ‘¡No lo puedo creer!’. Ella cree en esas señales, así que aceptó y le enchufé todas canciones que quería escuchar por ella”.

La propuesta, que se presenta en formato café concert con una exclusiva carta de tragos delineada por el propio protagonista, se materializó luego de que Andy arriesgara sus primeros pasos como actor en la pantalla chica.

Su debut fue en 2012 con “Graduados”, suerte de nave insignia de Undergorund, productora de Sebastián Ortega que protagonizaron Nancy Dupláa y Daniel Hendler; seguido por un papel en “Viudas e hijos del rock and roll”, de la misma generadora de contenidos.

“Hace como cinco años que quiero hacer teatro. Me había juntado antes con Pichón Baldinú (“Villa Villa”) para armar algo pero quedó en la nada porque la triste realidad es que siempre necesito a alguien que esté más convencido que yo para hacer las cosas: sino, las dejo caer. Yo acá me hubiera bajado pero Erika me hizo seguirla”, indicó.

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La falta de constancia no obedeció jamás a ausencia de tiempo o un deseo débil por probarse sobre las tablas. El motivo fue siempre más humano y muchísimo más terrenal: el miedo.

“Todo lo relacionado al teatro me daba miedo. Aunque yo con los temores tengo una relación muy especial porque yo soy una persona muy extraña”, advierte.

Y a modo de ejemplo asume que es capaz de preguntarle a Fidel Castro si va a hacer otra revolución en el marco de su trabajo como notero de “Caiga quien Caiga”, pero es incapaz de pedirle a un taxista que apague el cigarrillo porque le molesta el humo.

“No entiendo cómo puedo ser esas dos personas al mismo tiempo. A la vez, en la obra el temor pasa por sentirme desnudo: sobre el escenario estoy muy desprotegido”, reconoce .

Es que si bien no eligió exponer abiertamente su historia personal, el monólogo encierra un breve anecdotario de frustraciones, despechos, deseos tan universales como probablemente propios.

“La idea no es ‘vení, pagá la entrada y te muestro con videos bizarros cómo es mi vida’ sino que quería ofrecer algo con producción, más artístico, y el resultado es un delirio del que no te vas diciendo ‘este pibe es un chanta’ ”.

“La realidad -continuó- es que yo quería hablar de muchas coas pero el puntapié es abordar esa manía de la gente de juzgar la felicidad del otro: ‘Sí hacés lo que te gusta cómo no vas a ser feliz’; y quizás tu falta no es la misma que la mía, te puede venir por otro lado”.

“En el fondo la obra habla de que la felicidad más real es esa que aparece en pequeños momentos y que cuanto más momentos de esos acumules, más feliz sos. Yo llevo acumulados varios: el tema no es exigir felicidad como un estado general y duradero”, concluyó.

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